BIENVENID@  AL  BLOG  OFICIAL  DE  LA  SAGA  «BYLO»

6. Las pesadillas de Bylo

Una fina llovizna caía sobre Itsmoor. Era sábado por la mañana y los chicos habían quedado a las nueve menos cuarto en la entrada de la enfermería para ir a recoger a Gerald, pues le daban el alta. Por lo visto, ya estaba lo suficientemente bien como para no permanecer más tiempo allí. El primero en llegar fue Bylo. No había podido pegar ojo en toda la noche y llevaba rato dando vueltas por los pasillos de la torre. Se recostó en uno de los bancos de la entrada de la enfermería y esperó a sus amigos. No tardaron en aparecer, casi al mismo tiempo, Julius y Alana. Esta vez, a Darah no le habían dado el día libre; aunque la biblioteca seguía cerrada por obras, su jefe se había asegurado de que hacía su jornada laboral y la había mandado a hacer varias compras por la ciudad; tinta, plumas, velas... cosas de uso en la biblioteca.

         –¡Vaya cara que llevas, colega! –le dijo Julius nada más verle–. Parece que no has dormido mucho esta noche, ¿eh?

         –Si te digo la verdad –contestó Bylo–, no he pegado ojo. Cada vez que cogía el sueño, unas horribles pesadillas me despertaban.

         –¿Ah, sí? ¿Y de qué iban esas pesadillas? –preguntó Julius– ¿De dragones? ¿Orcos? ¿Tal vez, gnomos? –concluyó con sorna.

         –¡Muy graciosillo el chico! –respondió Bylo.

         –Bueno, bueno... tranquilo, colega –dijo el esbelto muchacho–. Mira, después de comer te echas una buena siesta y como nuevo.

         –Faltan cinco minutos para las nueve –informó Alana interrumpiendo la conversación de los dos chicos–. ¿Entramos ya? –Julius asintió con la cabeza y siguió a su amiga. Bylo se levantó pesadamente del banco e hizo lo propio.

         –Buenos días, Gloria –saludaron Julius y Alana.

         –Hola, Gloria –dijo Bylo, desganado.

         –Buenos días, chicos –dijo Gloria mientras enrollaba y ataba unos papeles–. ¡Uy, pero que cara llevas! –dijo al levantar la vista y ver el aspecto de Bylo.

         –No ha podido dormir en toda la noche –dijo Alana.

         –Sí, porque si se dormía, se le comían unos monstruos –dijo Julius sarcásticamente.

         –¡Julius! –le recriminó Alana.

         –Lo siento, lo siento –se disculpó el alto muchacho entre risas–. Pero es que no he podido resistirlo.

         –Gloria, ¿te han dicho qué es lo que le pasaba a Gerald? –preguntó Bylo.

         –Pues, según he podido leer en los informes que me han proporcionado –contestó la mujer–, estaba totalmente agotado debido a un gran esfuerzo físico.

         –¿Y sabes si le falta mucho? ¿O ya está preparado para irse? –preguntó Julius, impaciente, entrando en la conversación.

         –En teoría, ya debería de estar listo. Ha desayunado a las ocho y se ha duchado, y supongo que ya se habrá vestido –respondió Gloria–. Pero no me lo preguntéis a mí. ¡Pasad e id a buscarle vosotros mismos!

         Así que, sin más, el trío atravesó las puertas, pero antes de que diesen una docena de pasos, Gerald apareció saliendo de la habitación número 16.

         –¡Gerald! –gritaron de alegría.

         El rubio muchacho, al ver a sus amigos, cerró la puerta y empezó a caminar con rapidez hacia ellos. Cuando les alcanzó les abrazó como si hiciese más de un año que no les veía.

         –¡Hey, empollón, estás como nuevo! –le dijo Julius echándose hacia atrás y mirándole de arriba a abajo.

         –La verdad es que sí –contestó éste alegremente–. Este pequeño descanso me ha sentado muy bien. Pero...

         –¿Sí? –preguntó Julius al ver que su amigo titubeaba.

         –No sé... me noto una sensación extraña –respondió–, y sigo sin poder recordar nada. Además, ¡me he perdido un montón de clases!

         –¡Pues vaya! –soltó Julius– ¡Entre un soñador y un empollón amnésico, estamos arreglados! –Y todos, incluido el somnoliento Bylo, rieron de buena gana.


* * *


Era la una y diez del mediodía. Bylo fue el primero en sentarse a la mesa, seguido por Gerald. Al sentarse, una traviesa manzana cayó de la bandeja del rubio muchacho y rodó por la mesa; Bylo la recogió antes de que se precipitase por el borde y se la devolvió con un guiño a su amigo. Unos segundos más tarde, Julius y Alana se unieron a la pareja. Julius, como de costumbre, se sentó junto a Bylo y Alana se acomodó en el mismo banco que Gerald.

         –Es impresionante que en tan sólo unas horas te hayas recuperado totalmente –dijo Julius mirando sonriente a Gerald.

         –Sí, la verdad es que esos clérigos son geniales –respondió el muchacho manifiestamente satisfecho por el trato recibido en la enfermería–. Eso sí, me dieron un potingue que ni siquiera tú te lo hubieses tomado, Bylo –dijo poniendo cara de asco.

         –¡Vaya, pues sí que te han sentado bien las mini-vacaciones! –exclamó Julius– ¡Además nos lo han devuelto con una chispa extra de gracia! –añadió provocando las risas de sus amigos.

         –Lo que más lamento es que no pude hacer el trabajo de historia –respondió el rubio muchacho rascándose el puente de la nariz por debajo de las gafas.

         –Aún tienes de tiempo para hacerlo lo que queda de día y todo el domingo –dijo Bylo–. Pero esta vez, por favor, no salgas de la torre. Aquí también tienes una biblioteca. Sí, ya sé que no es tan completa como la de la ciudad, pero tendrás que conformarte con ella –añadió al ver que su amigo arqueaba una ceja.

         –¿Y aún no... recuerdas nada de lo que te ocurrió? –preguntó Alana seriamente y cambiando la conversación mientras apartaba una hoja de laurel de su sopa.

         –Nada –respondió el chico moviendo la cabeza de izquierda a derecha–. Aunque... –se paró a meditar sus siguientes palabras– A veces, cuando cierro los ojos, noto una extraña sensación de oscuridad y soledad agónicas. No sé... como si hubiese estado encerrado en algún lugar oscuro.

         –Mira –dijo Julius dirigiéndose hacia su rubio amigo–, a partir de ahora vamos a estar pegados a tu trasero –dijo Julius golpeándose la parte del cuerpo donde la espalda pierde su nombre, lo que volvió a provocar risas en la mesa– ¡Hey, lo digo en serio! Si hay alguien que quiere hacerte daño, se las va a tener que ver con nosotros.

         –No debéis tomaros tantas molestias por mí –dijo Gerald tras haber engullido de un solo bocado un enorme trozo de pechuga de pavo–. Seguro que los clérigos tienen razón y me dio un mareo. Lo más probable es que me cayese en algún agujero o algo así. Eso explicaría el golpe que llevo en mi frente, y quizá por eso no puedo recordar nada de lo que me pasó –argumentó mientras señalaba su herida, la cual, aún le escocía.

         –Siento discrepar contigo, Gerald –dijo Alana–. El caso es que, aunque Darah está bastante segura de que no saliste de la biblioteca, pasase lo que pasase, estoy convencido de que no fue en ella. Y, además, tú no eres de los que van haciendo trastadas por ahí –alegó mirando de soslayo a Bylo y Julius–. Lo primero que deberíamos hacer es averiguar cómo y por qué saliste de la biblioteca.

         –¿No os dais cuenta? –interrumpió Julius– Gerald recuerda o, al menos, siente, que estuvo en un sitio oscuro. Es la gota que colma el vaso y que da más fuerza a mi teoría del pasadizo secreto.

         –Por favor, Julius, ahora no... –le pidió Bylo.

         –Bueno, vale –dijo el alto muchacho–. Pero que sepáis que me callo porque estoy de buen humor porque Gerald está completamente recuperado –alegó–. Por cierto, ¿no deberíamos celebrarlo por todo lo alto? –Julius se levantó y dirigió sus pasos hacia la gran mesa que contenía los platos del menú que se servían los estudiantes. Regresó a los pocos segundos con una gran bandeja plateada– ¡Doble ración de pastel de arándanos para todos!


* * *


Tan sólo el feroz chapoteo de la intensa lluvia, acompañada de vez en cuando del repicar de lejanos truenos, rompía el silencio sepulcral que reinaba, como todas las noches, en la torre. Bylo abrió lentamente su puerta y, asomando la cabeza, miró a ambos lados del pasillo. Una vez que hubo comprobado que no había nadie, salió de la habitación, cerró la puerta y pronunció un par de palabras en voz baja– Blocum caramocum –Esbozó una leve sonrisa al escuchar sus propias palabras y recorrió en pijama las dos puertas que le separaban de la habitación de Julius.

         –Julius, abre, soy yo –dijo golpeando con los nudillos la puerta de su amigo–. Julius, despierta, es importante –volvió a decir intentando no armar demasiado alboroto. Al cabo de un rato se oyó el ruido de la cerradura y la puerta se entreabrió. Julius se asomó por ella con los ojos medio cerrados.

         –¿Qué pasa? –preguntó– ¡Ah, eres tú, Bylo! Anda, pasa, que te vas a helar –dijo mientras se apartaba de la puerta y volvía a su cama.

         Bylo entró, no sin antes echar un vistazo al pasillo, y cerró la puerta tras él. Julius se había vuelto a meter en la cama, así que, con paso firme y decidido, se acercó a él y comenzó a zarandearle suavemente– Julius, despierta, no te duermas.

         –Déjame dormir un poco más –se quejó.

         –Julius, me está pasando algo muy raro –le dijo mientras encendía el candelabro de la mesilla–. ¡Tienes que despertarte!

         –Pero, Bylo, ¿sabes qué hora es? –se volvió a quejar– Vale, vale –dijo al ver que su amigo le miraba seria y fijamente–. Está bien... ¿Qué es lo que ocurre?

         –Las pesadillas, Julius, las pesadillas –empezó a decir mientras se sentaba en la cama al lado de su alto amigo.

         –Bylo, las pesadillas –comenzó a decir mientras intentaba bostezar– no son reales. ¡Venga, que ya no eres un crío!

         –No, Julius. La pesadilla es siempre la misma –confesó–. Se repite una y otra vez. Jamás me había pasado algo parecido –confesó.

         –¿Y se puede saber qué pesadilla es esa? –preguntó mientras se frotaba los ojos.

         –Cada vez que cojo el sueño, veo guerra, muerte, destrucción... incluso monstruos salidos del mismísimo averno –dijo gesticulando nerviosamente–. Y entre tanta desolación, siempre veo la cara de una guapa mujer intentando decirme algo, pero siempre se diluye como un terrón de azúcar en un tazón de leche caliente. Nunca puedo alcanzarla.

         –¡Uuuuy!, me parece a mí que lo que necesitas es echarte novia –dijo Julius socarronamente.

         –¡No estoy bromeando, Julius! –le recriminó a su amigo– Es algo que no puedo explicar, pero hay algo... no sé... es como una extraña sensación que me lleva a pensar que hay algo más en todo esto. Es como si alguien estuviera intentando comunicarse conmigo –concluyó mientras se levantaba de la cama y se acercaba a la ventana–. Y esta puñetera tormenta... ¿No la notas rara... como si quisiera avanzar, pero aquella montaña la sujetase?

         –Bylo, amigo mío, seamos realistas –contestó Julius con voz calmada–. Estos dos últimos días han sido muy extraños y hemos estado en tensión por lo que le ha sucedido a Gerald. Seguro que todas esas emociones han hecho que tu subconsciente cree esas pesadillas.

         –No, Julius –contestó Bylo, frustrado–, aquí hay algo más. Y si tú no estás dispuesto a creerme, será mejor que regrese a mi cuarto. Olvida todo lo que te he contado –y, retirándose de la ventana, se encaminó hacia la puerta.

         –No, Bylo, espera... Yo sólo quería... ¡Caray! Perdona –se disculpó Julius, ahora más despierto–. Nos conocemos desde siempre y sé cómo eres y cómo piensas, y también sé que serías incapaz de inventarte una cosa así... ¡y mucho menos a las tres de la madrugada! –añadió tras consultar el reloj de la pared y comprobar que eran poco más de las tres y cinco.

         –No sé qué hacer –dijo Bylo mientras volvía a sentarse en la cama–. Estoy algo desorientado... ¡y asustado!

         –Podríamos contárselo al profesor Gibson –dijo Julius–, es un tío muy enrollado y muy listo; quizá él nos pueda decir algo que nos ayude a comprender el significado de tu sueño.

         –No, mejor, no –contestó Bylo–. Aunque se me ha ocurrido otra cosa. ¿Qué tal si me echo en tu cama y tú me vigilas? No estoy seguro, pero creo que hablo en sueños. Quizá diga algo que nos dé una pista sobre lo que me está pasando.

         –Bueno, si eso es lo que deseas, lo haremos –dijo Julius mientras se estiraba–. Pero si me quedo dormido, luego no me eches la bronca, ¿vale?

         –Vale –respondió Bylo y, sin ningún tipo de prisa, se echó en la cama de su mejor amigo y se tapó hasta el cuello.

         Julius se levantó y se acercó al armario. Sacó una manta de él y se cubrió con ella. Acto seguido, acercó una silla al lateral de la cama y se sentó en ella del revés, con los brazos apoyados en el respaldo de ésta. Pensó que si se sentaba en una silla en vez de tumbarse en la cama junto a Bylo, le sería más difícil quedarse dormido–. Pero más te vale que cojas el sueño enseguida, ¿eh? –dijo–, ¡que yo no pienso cantarte una nana!


* * *


El relámpago fue ensordecedor, sin embargo, Delius ni se inmutó. Eran las cuatro menos veinte de la madrugada y se encontraba pensativo frente a una de las ventanas de su despacho. Desde allí podía ver perfectamente la Montaña de los Dioses. Parecía que la tormenta se había concentrado sobre ella, dispuesta a derribar aquel gigante de piedra. Se sentó frente a su mesa de estudio y sacó una hoja de papel del primer cajón. Después, untó su pluma de fénix en el bote de tinta y la acercó al papel. Se quedó pensativo durante algo más de un minuto y, dejando bruscamente la pluma sobre la mesa, regresó a la ventana.
         Tras otro largo rato de meditación, se quitó las gafas y se frotó los ojos. Después, llenó sus pulmones generosamente y expulsó el aire lentamente. Volvió a ponerse las gafas y, de nuevo, se sentó en su silla, recogió la pluma y, con mano temblorosa pero decidida, comenzó a escribir–. Espero estar haciendo lo correcto –se dijo con angustia.


* * *


         –¡Despierta, Bylo, despierta! –gritó Julius mientras abofeteaba con suavidad la cara de su amigo.

         –¿Qué… qué pasa? – preguntó Bylo, aún medio dormido.

         –¡Bylo, creo que lo hemos conseguido! –dijo Julius con tono triunfante– ¡Creo que has dicho algo importante en tus sueños!

         –¿Ah, sí? –volvió a preguntar Bylo, desperezándose– ¿Y… y qué ha sido? ¿Cuánto rato...?

         –Llevas durmiendo tan solo unos veinte minutos –le interrumpió el alto muchacho, pero has dicho muchas cosas. La mayoría sin sentido o ininteligibles –informó–. Sin embargo, ha habido unas cuantas veces que has nombrado la Montaña de los Dioses –informó–. También has dicho «orar» o algo parecido.

         –¿La Montaña de los Dioses? ¿Orar? –dijo Bylo sorprendido– ¡No me digas que esa misteriosa mujer quiere que vaya a rezar a la Montaña de los Dioses!

         –Bueno, unas veces decías «orarlo», y otras «orulo», «áculo» o algo así –confesó–. No sé, creo que era la misma palabra, pero dicha de diferentes maneras.

         –¡Oráculo! –exclamó Bylo tras unos segundos de reflexión– Podría tratarse del mítico Oráculo.

         –¿A sí? ¿Y qué es el Oráculo ese? –pregunto el espigado chico mientras volvía a frotarse nuevamente los ojos.

         –Es un adivino... un profeta... o algo así –contestó Bylo con la mirada perdida–. Aunque también he oído decir que es un monstruo de otro mundo y que vive en esa montaña desde que los dioses la crearon –concluyó, girándose hacia su amigo. Posiblemente no sea más que una leyenda pero, según dice la gente, vive en esa montaña.

         –Vaya… ¡una montaña, una chica guapa y un monstruo! –dijo Julius–. Es como un cuento en el que un caballero tiene que rescatar a una hermosa princesa que está custodiada por un peligroso dragón, solo que, en vez de un dragón, hay un monstruo. Y, quizá, el valiente caballerete seas tú –concluyó sarcásticamente.

         –No sé... Pero, después de todo, quizá tengas razón y debamos contárselo al profesor Gibson –dijo Bylo a la par que se estiraba–. Que él nos dé su opinión.

         –Se me ocurre una idea mejor –respondió Julius–. ¿Por qué no vamos nosotros mismos a esa montaña y echamos un vistazo?

         –No sé… –dijo Bylo dubitativo–. No nos conocemos la montaña y podríamos perdernos con suma facilidad. Sería una locur...

         –¡Venga ya, hombre! –le interrumpió Julius– ¿Cuánto hace que no damos un "paseo" en condiciones?

         –Pero no sabemos qué debemos buscar allí ni con qué nos vamos a encontrar –argumentó Bylo.

         –¡Y qué más da! –respondió Julius– De todas formas, si no vamos, nunca lo sabremos. Además, si ese Oráculo realmente existe, será otra buena historia para contar a nuestros nietos –añadió irónicamente.

         –¿Y cómo piensas ir hasta allí? Porque, aunque parezca que está cerca, tenemos unas cuantas horas de caminata.

         –Desde luego... Parece que hoy te has levantado con la vena negativa –le reprochó su amigo–. Vamos hasta la casa de tu padre y le pedimos un caballo –argumentó.

         –Bueno, está bien, iremos. Además, mi padre no pondrá pegas en cuanto a lo del caballo –contestó Bylo tras meditarlo unos instantes–. ¡Pero esta noche duermo en tu habitación!


* * *


Los primeros rayos de sol de la mañana se filtraban tímidamente a través de las ventanas del despacho del rector. Duraron poco, pues los abundantes nubarrones que poblaban el cielo de Itsmoor rehusaban cederles el paso.

         –Ni rastro –afirmó rotundamente Reylis–. El circo de esos hermanos está limpio. Gibson ha venido conmigo y puede dar fe de ello.

         –Quizá, el hecho de que ese circo llegase a la ciudad prácticamente el mismo día que comenzó todo, tan sólo sea una simple coincidencia –razonó Delius mientras miraba por la ventana, dando la espalda a Goobard.

         –Por cierto, esos dos estúpidos hermanos se negaron a que registrase su circo –informó el fornido capitán–. Tuve que "persuadirles" con quitarles su licencia para que accedieran a ello.

         –Entonces, ¿podemos descartarlo? –preguntó Delius.

         –Sí –afirmó Goobard mientras cruzaba sus brazos, permaneciendo en una pose claramente militar–. Aunque he dejado a algunos de mis hombres vigilando sus inmediaciones –alegó.

         Tras unos instantes de meditación, Delius se volvió hacia el capitán. Tenía los ojos cerrados, los cuales, volvió a abrir tras inspirar profundamente– Goobard, mañana vendrá a la ciudad una pareja un tanto... peculiar –dijo cambiando radicalmente la conversación–. Un hombre y una mujer. Posiblemente armados. Pedirán audiencia conmigo. Quiero que tú, personalmente, les traigas hasta mí –Reylis asintió con la cabeza–. Y, Goobard –continuó el rector con expresión seria–, intenta ser lo más discreto posible, por favor, no quisiera que nadie les reconociera y empezasen a circular ciertos rumores por la ciudad.

         –No se preocupe, rector –respondió Reylis–, se los traeré sin que nadie se entere de que han puesto un pie en Itsmoor.

         –Gracias –dijo Delius complacido.

         Reylis hizo una ligera reverencia con la cabeza y, dando media vuelta, salió del despacho del rector.

         –Espero que sepas lo que haces, Rasmus –dijo una voz masculina.

         –No tengo otra alternativa, Baltazar –respondió el rector–. Debo evitar que ese demonio abandone Itsmoor y siembre el terror por Ringworld.

         –Ya conoces los métodos poco ortodoxos de esa gente –volvió a hablar la voz–. Si esos caza-demonios, o lo que sean, se ponen a perseguir a ese ser por toda la ciudad, acabará cundiendo el pánico entre la gente–concluyó saliendo de la habitación contigua. El hombre, de cabello cano y poco poblado, se acercó al rector. Su túnica, de color marrón oscuro y, quizá demasiado corta para su estatura, dejaban ver unos pantalones del mismo color y unas viejas sandalias de cáñamo. Apoyo su temblorosa mano sobre la silla apostada al otro lado de la mesa del rector y se sentó en ella sin apartar la mirada del mago.

         –Si ese es el precio que debe pagar esta ciudad por deshacernos de él –respondió Delius con decisión–, lo asumiremos sin dudarlo.

         –Pero el Oráculo te lo advirtió –le recordó–. Dijo que no debíamos inmiscuirnos en lo que ampare el destino.

         –Quizá esto sea lo que el destino busque de nosotros, viejo amigo –concluyó Delius, resolutivo.


* * *


Bylo fue el primero en despertarse. Había dormido en el sofá con Pommet a sus pies. Se levantó y fue directamente a la ventana. El día había amanecido nublado y, aunque la lluvia había cesado, unos oscuros nubarrones amenazaban con descargar el líquido elemento en cualquier momento. Julius se aproximó a él.

         –No sé tú, pero yo he dormido a pierna suelta –dijo Julius mientras se estiraba.

         –Pues yo –contestó Bylo tras bostezar–, aunque no te lo creas, y a pesar de haberme acostado en el sofá, también he dormido como un lirón.

         –Entonces, ¿ya no has vuelto a tener esas pesadillas? –preguntó Julius sorprendido.

         –No. Y eso me da qué pensar –respondió Bylo mirando fijamente a su amigo–. Parece como si la mujer de mi pesadilla quisiera que fuese a esa montaña y el mero hecho de haber decidido ir haya colmado sus deseos.

         –No sé, es posible –dijo Julius mientras se rascaba la cabeza–. Aunque sigo pensando que todo esto es muy raro.

         –Ya –respondió Bylo mientras cogía la manta que había en el sofá y la doblaba–. Bueno... no sé tú, estirao, pero yo me muero de hambre –confesó con aires renovados.

         –¡Ese es mi Bylo! –exclamó jovialmente el alto muchacho a la par que golpeaba a su amigo en el hombro.

         –Por cierto, no le cuentes a nadie lo de esta noche –dijo Bylo–, ya sabes que la gente puede llegar a ser muy mal pensada.

         –¿Estás de broma? –contestó Julius– ¡Ni por todo el oro de Ringworld se lo contaría a nadie!

         –Otra cosa –continuó Bylo–. Creo que nuestra inesperada "excursión" deberíamos realizarla después del desayuno, así evitaríamos que nos pille la noche. ¿Estás de acuerdo? –sugirió mientras le entregaba la manta.

         –Me parece bien –respondió Julius asintiendo con la cabeza–. Dejaré preparado el equipo antes de bajar al comedor.

         –¡Ah, Julius! –exclamó Bylo como si de repente hubiera recordado algo importante– Y mantengamos este paseo a la montaña también en secreto, ¿vale?

         –¿Tampoco se lo decimos a Alana y a Gerald? –preguntó Julius.

         –De momento, no –respondió Bylo–. Cuando regresemos ya veremos lo que hacemos. No vaya a ser que todo esto sea una soberana tontería. Además, con lo del asunto de Gerald, ya tienen suficientes quebraderos de cabeza.

         –De acuerdo, como quieras –contestó Julius–. Me parece una buena decisión, aunque...

         –¿Sí? –preguntó Bylo.

         –A Gerald le prometimos que no le dejaríamos solo –respondió el muchacho.

         –Alana se quedará con él. No le dejará salir de la torre –argumentó Bylo–. Tranquilo, no le pasará nada. Además, seguro que estaremos de vuelta antes de la hora de comer.

         –De acuerdo –asintió Julius.

         –Pues me voy a dar una ducha rápida y te espero en el comedor –concluyó Bylo mientras abría la puerta de la habitación y miraba a ambos lados del pasillo.


* * *


En la Montaña de los Dioses la temperatura era bastante más baja que en Itsmoor, pues una tupida niebla se había adueñado del lugar, lo cual también acrecentaba su índice de humedad. No obstante, el interior de la cueva del Oráculo (también llamada la Gruta del Destino) gozaba de un ambiente cálido gracias a una prácticamente imperceptible corriente de aire caliente que recorría su interior. Su origen era desconocido, pero estaba allí presente todos los años desde mediados de Septiembre hasta finales de Abril. Parecía como si la misma cueva se nutriese de la magia que flotaba en el aire de Ringworld y la acumulase en su interior para usarla para sí misma. Puede que ese fuese el motivo de que no funcionase la magia en la montaña, porque tal vez ella misma la absorbía.

         –¿Sabrá llegar hasta aquí? –preguntó Celine.

         –No te preocupes, hermana, su destino es encontrarme –contestó Irya mientras descorría la cortina de la tienda. Una hermosa mujer apareció al otro lado de ella. Unos profundos ojos, azules como el cielo de Agosto, adornaban su perfecta cara. Una larguísima y rizada melena negra cubría su desnudo cuerpo hasta la cintura. A partir de allí, una manta dispuesta horizontalmente de lado a lado de la tienda ocultaba el resto de su figura–. Y, sin lugar a dudas, lo hará.

         –Pero el camino hasta aquí no es nada fácil –se quejó la huesuda mujer–. ¿Y, si se pierde o le ocurre algo? Ya sabes como es esta monta...

         –No hay de qué preocuparse –le interrumpió el Oráculo–. Pero, si tanto te inquieta, puedes ir a su encuentro y mostrarle el camino tú misma.

         –Quizá lo haga –respondió su hermana algo molesta por el comentario.

         –Quizá, hacerlo sería lo más adecuado –dijo la enigmática mujer–, aunque no sea necesario.

         –¿Seguro que es él? –siguió preguntando Celine– ¿Un simple niño?

         –El destino le ha elegido –respondió Irya contundentemente.

         –Pero… ¡sólo es un crío! –volvió a quejarse– ¿Cómo es posible que recaiga sobre un niño tanta responsabilidad? ¡No está preparado!

         –Con quince años, tiene la edad suficiente para comenzar a prepararse –contestó Irya segura de sí misma–. Y, aunque el camino sea largo, lo estará cuando llegue el momento.

         –¿Y qué piensas contarle? –preguntó Celine.

         –Únicamente lo que deba saber –contestó el Oráculo.

         –¿Tampoco se lo contarás todo a él? –volvió a preguntar.

         –Como te acabo de decir, no le diré nada que no necesite saber –respondió con voz calmada.

         –A veces creo que ni yo sé la verdad de todo este asunto –dijo la delgada mujer con cierto tono de reproche–. Esos cuatro años que no supe nada de ti... no sé... me da por pensar que no me lo contaste todo. ¿Lo hiciste en realidad, hermana? –preguntó tras hacer una pequeña pausa.

         –El tenerte lejos de mí fue el más amargo de los tormentos –respondió la enigmática mujer eludiendo la pregunta de su hermana.

         –¿Lo hiciste o también me contaste «sólo lo que necesitaba saber»? –volvió a insistir Celine levantando levemente el tono de voz.

         El Oráculo enmudeció durante unos segundos, tras los cuales, finalmente, respondió a la pregunta de su perseverante hermana– Celine, sabes muy bien que no tengo secretos para ti –dijo con su aterciopelada voz–. No hay razones para que dudes de mí, siempre intento ser lo más transparente posible contigo.

         –Me prepararé para el viaje –dijo Celine dando por terminada la conversación. Una nube de dudas se agolpaban en su mente desde el reencuentro con su hermana y sentía que ésta no estaba siendo lo suficientemente sincera con ella. Era uno de esos momentos en los que deseaba que todo fuese tal y como era antes de que el destino las separase.


Copyright © , doorstein