BIENVENID@  AL  BLOG  OFICIAL  DE  LA  SAGA  «BYLO»

14. El Paso del Aguijón

Entraron en la cueva con los hechizos de luz a pleno rendimiento, aunque pronto los desactivaron porque, a través de las innumerables grietas del techo, se filtraba el astro solar con la suficiente fuerza como para poder ver sin problemas. Celine se había fabricado una especie de tirantes que, a modo de mochila, sujetaban la recién adquirida espada a su espalda. Recorridos unos cuantos metros y, a pesar de que la cueva era muy ancha, el camino se estrechaba hasta tal punto que tuvieron que pasar un buen trecho de medio lado. Unos minutos más tarde, llegaron a lo que parecía ser un precipicio. Era el final del camino.

         –Hay que bajar –anunció Tyron.

         –Vale –asintió Bylo–. ¡Sacad las cuerdas, chicos! –dijo a sus amigos.

         –No harán falta –avisó el hombre.

         –¿Cómo que no? No pensarás bajar de un salto, ¿verdad? –dijo Julius sarcásticamente tras haber tirado una piedra al vacío y haber comprobado que había varios metros hasta el fondo.

         –Si es verdad lo que me contó mi amigo, existe un mecanismo para descender –declaró–. Sólo tenemos que buscarlo.

         –¡No intentes engañarnos! –rugió Celine– Si piensas que te vamos a desatar, no...

         –No será necesario hacerlo... –le interrumpió– de momento –añadió–. Aunque no estaría nada mal que me dejaseis ir con las manos atadas delante –pidió.

         –Eso no va a poder ser –dijo la esbelta mujer–. Podrías estrangularnos en un descuido –añadió fríamente.

         –¿¡Por quién me has tomado, mujer!? –contestó el hombre realmente molesto por el comentario–. Puedo ser muchas cosas, pero no un asesino. ¡Y mucho menos de niños!

         Celine se quedó pensativa. Notó como cuatro pares de expectantes ojos se clavaban sobre ella.

         –Esto parece peligroso, Celine –argumentó de pronto Bylo–. Con las manos atadas delante tendrá más posibilidades de sobrevivir.

         –Sí. Y, además, es nuestro guía. Sin él no sabremos como atravesar esta cueva –le secundó Alana.

         –De acuerdo –cedió al fin la mujer–, pero no pienso desatarle. Tendrá que arreglárselas para... –se detuvo al ver que el hombre, sentado en el suelo, había conseguido pasar los brazos por debajo de las piernas.

         –¡Listo! –dijo Tyron con una burlona sonrisa decorando su cara.

         –Vale –dijo Bylo asintiendo con la cabeza–. Entonces, ¿en qué consiste ese mecanismo del que hablas? –le preguntó, curioso.

         –No tengo ni idea –respondió mientras se ponía ágilmente en pie–. Pero tiene que haber por aquí cerca un resorte, una palanca, o algo parecido –miró a su alrededor, se acercó a la rocosa pared y pasó sus manos por ella sin encontrar nada. Después comenzó a tantear el suelo con sus pies–. ¡Aquí está! –dijo triunfante, tras topar su pie derecho con lo que buscaba. Con éste, limpió la zona cercana a la cornisa. Una especie de baldosa de unos quince centímetros resaltaba del resto del arenoso suelo.

         –Parece un resorte –dijo Bylo y, sin avisar, lo pisó. No ocurrió nada.

         –Habrá que limpiarlo –dijo Tyron–. Se habrá llenado de tierra e impedirá que el mecanismo se accione. Aunque, si está estropeado, no nos quedará más remedio que dar media vuelta –añadió.

         –¡De eso nada! –aulló Bylo y, poniéndose de rodillas, empezó a quitar tierra con sus manos.

         –Espera, Bylo –le susurró Julius al oído agachándose junto a él–. Usa esto –y le tendió su pequeño cuchillo. Bylo lo metió por el hueco alrededor de la pequeña baldosa y sacó toda la arena que pudo–. Ya no sale más –dijo al cabo de un par de minutos.

         –Prueba ahora –le sugirió el hombre.

         Bylo le devolvió el cuchillo a su amigo y pulsó con sus manos el resorte. Al instante, se escuchó un sonido metálico de cadenas. ¡El mecanismo aún funcionaba! Una plataforma de madera emergió del borde de la cornisa. Quien fuera el que lo hubiese ideado había hecho un gran trabajo de contrapesos.

         –No es muy espacioso que digamos –se quejó Julius.

         –Habrá que bajar, como mucho, por parejas –respondió el hombre–. Además, no tiene pinta de que pueda resistir mucho peso.

         –Bylo, tú y Alana descenderéis los primeros –ordenó Celine–. Después lo harás tú solo, Julius. Yo bajaré con él –finalizó dirigiendo su mirada hacia Tyron.

         Sin decir ni media palabra, Bylo entró en la plataforma, abrió sus piernas y las movió hacia ambos lados comprobando su estabilidad. Alana soltó un gemido de terror al verle. El chico asintió con la cabeza y tendió ambas manos hacia su guapa amiga. Ésta, tras inspirar profundamente, las agarró y, con la ayuda de su compañero, subió a la plataforma. Bylo le pasó el brazo por encima del hombro y la chica se agarró con fuerza a la cintura del muchacho.

         –¿Preparados para el viaje, señores? –preguntó Julius, guasón. Bylo, sonriente, le enseñó el pulgar y el alto chico pisó la baldosa. La plataforma comenzó a descender al son del inquietante chirrido de cadenas. Tras unos largos segundos de espera, el mecanismo enmudeció– ¡Ya hemos llegado! –gritó Bylo desde abajo.

         Julius pisó una vez más la pequeña losa y esperó a que la plataforma regresase. De un salto se montó en ella y con una graciosa reverencia invitó a que Celine la pusiera en movimiento. De nuevo, el mecanismo de contrapesos hizo su trabajo.

         –¡Ya podéis subirla! –gritó el alto chico desde el fondo una vez hubo llegado a él.

         Celine volvió a pisar el resorte y la plataforma comenzó a ascender. Una vez hubo llegado a su destino, la huesuda mujer ayudó al hombre a subirse a ella. Después, pisó por última vez la baldosa y ágilmente saltó a la plataforma. Al aterrizar en ella, dio un pequeño traspiés que le hizo perder el equilibrio y tuvo que agarrarse al hombre para recuperarlo. Éste, a su vez, movió sus manos para que la mujer no cayera al vacío, quedando ambos cara a cara. Cruzaron una fugaz, pero intensa mirada, tras la cual, Celine se separó del hombre y se dio la media vuelta.
         A medida que la plataforma descendía, innumerables gotas de sudor comenzaron a aglutinarse en el rostro de la mujer. Le inquietaba sobremanera el crujir de la madera. Además, estaba avergonzada por lo acontecido.

         Por fin pudo respirar hondo cuando una cálida mano se posó en su brazo– ¡Venga, se acabó el paseito! –dijo Julius jovialmente.

         Bajaron de la plataforma y Celine lanzó una mirada a Tyron, quizá de agradecimiento, tras la cual volvió a ejercer de líder del grupo–. Continuemos –dijo suavemente.

         Se encontraban en una gran caverna de argénteas paredes. Los rayos solares se filtraban por el techo e impregnaban de luz la blanca roca, la cual se encargaba de reflejarla por todos los recovecos. Largas estalactitas colgaban de su elevada bóveda pugnando, en vano, por unirse a sus hermanas. El único camino que había se desviaba hacia la derecha.

         –Pensaba que el camino sería siempre recto, hacia adelante –dijo Celine inquisitivamente, buscando respuestas en el hombre.

         –Por donde hemos venido da la impresión de no ser tan ancho el arco –contestó Tyron–, pero la verdad es que es mucho más ancho de lo que aparenta. Supongo que tendremos que subir, bajar y desviarnos del camino recto varias veces.

         –¿No se suponía que por este camino íbamos a ganar un par de horas? –preguntó Bylo.

         –Y lo haremos –respondió–. Para ir a la Torre del Agua, nada más pasar el puente, hay que desviarse por el bosque –contestó–. Por allí no hay camino y se tarda bastante en cruzarlo. Yendo por aquí, nos habremos librado de atravesarlo.

         –Pues no perdamos más tiempo y démonos prisa –intervino Celine.

         El camino bordeaba una gran masa rocosa que, como un titánico vigía, se erigía en el centro de la caverna. Transcurrida una media hora desde que descendieran por la plataforma, pudieron vislumbrar lo que parecía ser el final del camino, el cual moría en unas escaleras esculpidas en la dura roca. De pronto se escuchó un peculiar sonido, algo parecido al chillido de una rata.

         –¿Habéis oído eso? –preguntó Bylo alarmado.

         –Será algún animal del bosque que se ha perdido aquí dentro –respondió Julius.

         –Esto no me gusta nada. Creo que ahora sí es el momento de desatarme –dijo Tyron– ¡Y rápido! –apremió.

         –Ya te he dicho que no pien... –de repente se detuvo. Un alacrán, causante del molesto sonido, había aparecido a través de una de las grietas de la roca.

         –¡Un escorpión! –exclamó Alana.

         –¡Venga, miedicas! –exclamó Julius– Si os vais a asustar por un bichito de nada, lo espanto y listo –dijo mientras cogía una piedra del suelo.

         –Desatadme –volvió a pedir Tyron. Aunque nadie le escuchó, pues todos estaban pasmados ante el espectáculo.

         Poco a poco, como avisados por el arácnido, unas cuantas decenas de escorpiones comenzaron a emerger de entre las innumerables grietas de la enorme roca. Ahora, el sonido era ensordecedor.

         –¡Desatadme! –gritó Tyron.

         El grupo, con las improvisadas lanzas preparadas ante cualquier cosa, siguió avanzando lentamente sin perder de vista a los escorpiones, los cuales empezaban a abandonar las cavidades rocosas. ¡Y se estaban acercando demasiado a ellos!

         –Bylo, date la vuelta –le pidió Julius a su amigo.

         –¿¡Qué!? –exclamo éste, sorprendido.

         –Que te des la vuelta, quiero sacar algo de tu mochila –respondió.

         Bylo hizo caso a su compañero y se puso de espaldas a él. Julius abrió con prisa la mochila de Bylo y rebuscó en su interior. Sacó dos piedras: marcasita y pedernal. También sacó tres antorchas con un extremo preparado para la ocasión.

         –Ayúdame –pidió el alto chico–. Nuestras lanzas de poco servirán con estos bichos tan enanos. –Bylo, comprendiendo de inmediato lo que su amigo tramaba, cogió las antorchas. Julius comenzó a entrechocar ambas piedras con golpes secos. Tras varios intentos, una chispa entró en contacto con una de las antorchas y la prendió–. ¡Ajá! –dijo triunfal mientras la cogía de las manos de su amigo y prendía con ella las otras dos– ¡Repelente de escorpiones! –Sin perder ni un segundo, Bylo le dio una de las antorchas restantes a Alana.

         Siguieron retrocediendo intentando mantener a raya a los pequeños escorpiones con sus nuevos «repelentes». De pronto, uno de los animales saltó hacia Julius, el cual le golpeó certeramente con la antorcha. A medida que se iban acercando a las escaleras, los escorpiones comenzaron a remitir en sus ataques e, incluso, a avanzar más despacio, quizá, a causa de unos atronadores golpes que empezaron a escuchar y que retumbaban la caverna. Era como si un tok furioso se hubiera colado allí dentro. De repente, el sonido y los temblores cesaron y se escuchó un chillido como el que emitían los escorpiones, pero aumentado cien veces. Levantaron la mirada hacia la cumbre de la gran roca y lo vieron. Un enorme escorpión hizo acto de presencia. ¡Y no parecía hacerle mucha gracia tener invitados!

         –¡Corred! –gritó Tyron, y todos empezaron a correr hacia las escaleras como alma que lleva el Diablo.

         El titánico escorpión volvió a lanzar otro chillido y sus crías comenzaron a correr tras el grupo. De nuevo, tuvieron que defenderse con las antorchas. Celine cayó al suelo de costado al golpear a una de las criaturas, quedándose tendida y dolorida. Tyron tuvo que defenderla a patadas de dos escorpiones con malas intenciones. Acto seguido, se agachó junto a la mujer y cortó con la espada sus ataduras. Envainó la espada en la funda que llevaba a su espalda, tomó el brazo de Celine y se lo pasó por encima del hombro. Defendiéndose como pudieron, el grupo subió las escaleras. Allí se abría un pequeño túnel por el que apenas pudieron recorrer una docena de metros, pues una gran roca lo bloqueaba. Exhaustos, se detuvieron para recuperar el resuello y esperaron en posición defensiva a que los temidos escorpiones alcanzasen su posición. Pero no lo hicieron. En vez de ello, hizo su aparición el descomunal escorpión. Éste, intentó meter una de sus poderosas pinzas en el angosto túnel, quizá, con la pretensión de resarcirse de la intromisión de aquellos osados viajeros. Luego la golpeó, pero ésta resistió la salvaje embestida. Por tercera vez volvió a intentarlo, esta vez con mayor violencia, más no consiguió abrirse paso. Entonces, se dio la vuelta y probó con su cola, la cual logró introducirla no sin dificultad. Por suerte para el grupo, su longitud no era lo suficientemente larga como para que el mortífero aguijón llegase hasta ellos. El animal, encolerizado, comenzó a agitar su cola golpeando con rabia suelo, techo y paredes del improvisado refugio, hasta que consiguió lo que pretendía. El túnel comenzó a resquebrajarse y el suelo se hundió bajo los pies de los intrusos.


* * *


Llamó a la puerta y, sin esperar respuesta, entró en la habitación. El anciano se hallaba sentado en la cama poniéndose la camisa. Éste, levantó levemente la cabeza para ver quien era y se abrochó los dos botones que le quedaban.

         –Si vienes a decirme que debo guardar más reposo, ya puedes volver por donde has venido –dijo el hombre mientras se ponía en pie y lanzaba una mirada desafiante al recién llegado–. Ni siquiera tú conseguirás que me quede aquí de brazos cruzados mientras esa aberración anda por ahí suelta.

         –Conociéndote, viejo amigo, se me hacía raro que no te hubieses levantado hace tiempo –dijo el otro hombre.

         –Y, conociéndote como te como te conozco, Rasmus, sé que no vienes a contarme buenas noticias –contestó el anciano.

         –Varen, yo... –titubeó un instante mientras se quitaba las gafas para frotarse sus cansados ojos– Han desaparecido tres estudiantes de la torre. Dos chicos y una... chica –puntualizó.

         –Y está relacionado con ese ser, ¿no? –preguntó Varen mientras buscaba la pareja del zapato que acababa de ponerse.

         –Sí, esos estudiantes son amigos del chico poseído, Gerald Elrood –informó–. Creemos que han salido de Itsmoor para ir en su busca.

         –¡Como si no tuviéramos ya suficientes problemas! –rugió laMoont– ¡Malditos mocosos! Es obvio que no son conscientes del grave peligro que corren.

         –Supongo que ni siquiera se imaginan que su amigo ya no es él mismo –dijo con amargura–. Si lo encuentran, no quiero imaginarme qué puede llegar a hacerles.

         –Supongo que habrás ordenado buscarles –dijo Varen–. Seguro que esos críos no andarán muy lejos.

         –Desde luego. Pero... hay algo que debes saber –dijo el rector con voz trémula–. La chica del grupo... es tu nieta.


* * *


Cayeron sobre otro pequeño túnel, el cual también se vino abajo por el peso del grupo. La caída final fue menos aparatosa de lo que pensaban, pues aterrizaron en una caverna inundada, sin duda, a causa de las lluvias caídas los últimos días. Por suerte para ellos, ese segundo túnel había rebajado la longitud de la caída, por lo que ningún componente del grupo resultó herido.

         –¡Guau, ha estado genial! –exclamó Julius mientras se ponía en pie y alisaba su empapado pelo con ambas manos.

         –Seguro que sí –replicó Alana irónicamente tras escupir un chorro de agua.

         –Larguémonos de aquí antes de que a ese monstruo le dé por aparecer –sugirió Tyron. Pero era demasiado tarde. El escorpión acababa de entrar por una cavidad con cierta prisa, por lo que, al hacerlo, resbaló y se llevó por delante un trozo de la rocosa pared.

         –¡Corred! –gritó Julius con urgencia, y el grupo se movió en dirección contraria a la que se encontraba el enorme arácnido tan aprisa como el agua, el cual les cubría hasta casi la ingle, les permitía.

         Por suerte para ellos, una gran parte del techo era lo suficientemente bajo para que el gigantesco animal encontrase dificultades a la hora de desplazarse hacia sus víctimas.

         –¡Por allí! –gritó Alana señalando con su dedo índice la parte izquierda de la caverna, la cual estaba llena de agujeros de múltiples tamaños– nos servirá de refu... –su frase se vio interrumpida al tropezar con algo que la hizo caer de bruces. Dio un sonoro grito al comprobar que lo que le había hecho caer era el cadáver de una persona en estado de putrefacción. Tyron le cogió por las axilas y le ayudó a levantarse mientras el escorpión se les acercaba peligrosamente. No pudieron ir muy lejos, pues, aún yendo agachado, el implacable depredador logró lanzarles por los aires con un certero movimiento de su pinza.
         El hombre se puso en pie con inusitada rapidez, desenvainó su espada y se plantó a unos metros frente al animal– ¡Corre! –le gritó a la muchacha.

         El escorpión se estaba girando para atacar con su temible aguijón, pues el bajo techo le impedía hacerlo de frente. Estiró su cola hacia Tyron, pero éste esquivó ágilmente el ataque y, a continuación, lanzó una estocada. La espada no pudo atravesar la dura coraza de la cola del monstruo, por lo que el hombre hizo lo más práctico: ¡correr!

         –¡Rápido, Tyron! –le gritó Bylo desde un pequeño agujero en la pared.

         El hombre comenzó a correr mientras el enorme arácnido también comenzaba a hacerlo tras él, esta vez, desplazándose de medio lado. Había encontrado la manera de seguir a su presa sin que la altura de la caverna le supusiera prácticamente ningún problema.
         La distancia entre ambos, era cada vez menor, y el escorpión ya tenía de nuevo su mortífero aguijón preparado para atacar a su víctima. De pronto, un pozo en el suelo hizo que Tyron se hundiese en el agua. Era el momento. El escorpión lanzó su mortal ataque contra el lugar en donde había desaparecido el hombre y lo dejó ahí unos interminables segundos.

         –¡Nooo! –exclamaron al unísono Bylo y Julius. Alana se tapó la cara con ambas manos y, a continuación, se puso a sollozar sobre el pecho de su alto amigo.

         Pero aún no había terminado todo. El enorme escorpión se giró y dirigió su mirada hacia el atemorizado grupo. Por desgracia para ellos, esa zona de la caverna recuperaba su altura, por lo que el enorme monstruo podía maniobrar allí a sus anchas. Se acercó amenazante al hueco que cobijaba al grupo, mientras éstos se apretaban al fondo del mismo. El impacto de su poderosa pinza se llevó gran parte de la entrada en la pared, dejando al grupo a su merced. Levantó su cola dispuesto a terminar la faena cuando, de repente, lanzó un espeluznante chillido que obligó a los chicos a taparse los oídos.

         Tyron, emergiendo del agua por debajo del monstruo, había conseguido hundir la espada en su abdomen, siguiendo el corte hasta cerca de su cabeza. Extrajo la espada del monstruo y la clavó certeramente entre sus ojos haciendo que éste volviese a chillar de dolor, un insoportable dolor que, en cuestión de segundos, acabó con su vida.

         –¡Tyron! –gritaron los tres chicos de alegría. De nuevo, las lágrimas volvieron a desfilar por las mejillas de la pálida muchacha, aunque esta vez por motivos diferentes a los de hacía un par de minutos.
         Julius y Bylo corrieron a abrazarse al agotado hombre. Estaba cubierto de sangre y entrañas del mortífero animal, pero no les importó lo más mínimo. Alana se unió a ellos.

         –¡Venga, venga, chicos! Vais a hacer que me ruborice –dijo Tyron sarcásticamente.

         –¡Has estado genial, Tyron! –exclamó Bylo.

         –Sí –corroboró Julius–. Ya pensábamos que estabas en el «otro barrio».

         –Venga, vamos a buscar la salida de este lugar –ordenó suavemente–. Algunos de esos agujeros debe de dar a algún sitio.

         Los tres amigos se despegaron de él y, obedientes, se pusieron a buscar por la multitud de agujeros que tenía la pared.
         El valeroso hombre levantó la cabeza y cruzó su mirada con la de Celine, la cual estaba inmóvil en la entrada del improvisado refugio. Ésta, con la mirada fija en el hombre, arqueó levemente sus labios. Si eso había sido una sonrisa expresando su agradecimiento, Tyron se dio por satisfecho.

         Multitud de pequeños escorpiones comenzaron a entrar en la cueva pero, exceptuando unos pocos que, para su desdicha, se aventuraron a entrar en el agua, los demás no se atrevieron a acercarse a ella. De nuevo, empezaron a chillar, esta vez en un lamento colectivo.


* * *


El golpe fue certero. Cercenó la cabeza del droog como si se tratara de una sandía.

         –¿De dónde sale tanto bicho? –se quejó Rofus.

         –No lo sé –respondió su hermano–, pero empiezo a cogerle el gustillo a esto –confesó mientras limpiaba su espada en el cadáver del engendro.

         –¿A qué? ¿A cargarte droogs? –le preguntó Rofus– Pues ándate con ojo, porque el maestro los quiere vivos –y, acto seguido, soltó una sonora carcajada.

         –¿¡Qué te hace tanta gracia, patán!? –le reprochó su hermano mirándole con cara de pocos amigos.

         –«Ándate con ojo» –le repitió su hermano sin parar de reír–. ¿Lo pillas? «Con ojo» –le recalcó–. Me ha salido la gracia sin querer –y siguió riendo estruendosamente.

         –Algún día, ¡te juro por nuestro padre, que te arrancaré esa lengua! –le amenazó Fungus.

         –¿Padre? ¡Pero si nunca lo hemos conocido! –de nuevo volvió a soltar otra risotada– Y todo, gracias a la furcia de nuestra madre al abandonarnos en ese apestoso mercado de Borel –dijo cambiando de expresión.

         –¡Cállate ya, estúpido! –le gritó Fungus.

         –¡Callaos los dos, idiotas! –les ordenó Noran acercándose a ellos– Y limitaos a dejar fuera de combate a esos droogs. Y cuando digo «fuera de combate», no me refiero a que os los carguéis –los dos guerreros se callaron,  aunque a Fungus le costó algo más parar de reír.

         –¡Neblum! –dijo Bastiral lanzándole un hechizo al droog que tenía delante. Éste, cegado por una negra bruma, se echó las manos a los ojos, momento que aprovechó su compañero para asestarle un golpe en la cabeza con el mango de la espada. El droog se desplomó como un fardo.

         –Ya tenemos otro –dijo Rael a su compañero, el cual, cogió una de las cuerdas que colgaban de su hombro y ató con ella las manos del engendro.

         –¡Cuidado, maestro! –gritó de repente Bastiral.

         Un enorme tronco salido de la nada voló por los aires en la dirección que se encontraba el muchacho. Gerald, sin apenas inmutarse, cerró los ojos y desapareció para, acto seguido, reaparecer unos metros más a la izquierda. El tronco se estrelló contra dos árboles cercanos, de los cuales, partió por la mitad uno de ellos.

         –¡Por todos los...! ¡Un mestyr! –gritó Rael al ver la descomunal mole que apareció entre los árboles.

         La bestia medía unos tres metros de altura y su cuerpo, peludo como el de los propios droogs, también era de color marrón oscuro. Sus ojos negros expresaban una furia inigualable.

         Los droogs, al ver a la criatura, se desentendieron de la pelea y salieron despavoridos en todas direcciones, momento que aprovecharon Fungus, Rofus y Noran para reunirse con el resto del grupo. Todos se prepararon para el enfrentamiento.

         –¡No le ataquéis! –ordenó Gerald poniéndose delante de sus hombres– Es mío –Acto seguido, el rubio muchacho avanzó hacia el monstruo y se detuvo a unos metros de él–. Un digno líder para mi ejército –dijo mientras un vesánico brillo recorría sus vidriosos ojos.

         –¡Está loco! –le dijo Fungus a su hermano– ¡Le va a destrozar! –Rofus se encogió de hombros.

         El poderoso mestyr cerró su puño y lo levantó para, a continuación, dejarlo caer con furia. Pero no encontró su objetivo; en vez de ello, impactó contra el suelo con una fuerza demoledora. Gerald había usado de nuevo su magia de teletransportación y se había colocado sobre los hombros del engendro. Posó ambas manos sobre su frente y musitó unas palabras ininteligibles. Tras unos breves segundos, la descomunal bestia cayó fulminada.

         –¡Terminad el trabajo! –ordenó respirando con dificultad. Los dos hermanos y Rael fueron tras los droogs que habían huido. Después, se sentó sobre el derrotado engendro.

         –Maestro –le dijo Noran acercándose a él–. Los mestyr son seres salvajes... indomables –alegó– ¿Cómo haremos para transportarlo hasta las ruinas? Cuando se despierte no...

         –Noran, sigues sin tener fe en tu maestro –le interrumpió el muchacho–. La bestia irá por su propio pie –afirmó con seguridad tras hacer una breve pausa.

         –Sí, maestro –respondió Noran en un susurro con la cabeza gacha. Y, acto seguido, fue tras sus compañeros.

         –Controlar a esa bestia me ha dejado exhausto –confesó Gerald a Bastiral mientras contemplaba al mestyr–. Pero habrá valido la pena cuando esos puños entren en acción y aplasten a mis enemigos –el siniestro mago arqueó sus labios respondiendo con una demencial sonrisa.


* * *


Bylo salió del agua y respiró profundamente varias veces antes de hablar–. Hay un agu...jero a unos dos metros que luego... sube hacía arriba. Y arriba se ve luz –informó a sus compañeros con voz entrecortada–. No sé... habrá unos siete u ocho metros de escalada, pero parece fácil porque... podremos subir apoyándonos en los agujeros de la pared –añadió.

         –¡Venga pues! –dijo alegremente Julius– ¡Está chupao! –alegó dando una palmada en la espalda a su mojado amigo.

         –¿Podrás subir por ahí? –preguntó Tyron volviéndose hacia Celine.

         –No soy una vieja oxidada –respondió escuetamente, y se encaminó hacia los muchachos.

         –Yo sólo... –comenzó a decir el hombre– ¡Demonios! –exclamó mientras seguía a la mujer con la mirada.

         –Yo entraré primero –dijo Bylo escurriéndose el pelo con ambas manos–. Alana me seguirá, y después lo hará Julius. Entre los dos te ayudaremos a subir –concluyó dirigiendo la mirada a su pelirroja amiga.

         –Pero, cuidadito con las manos, ¿eh? –dijo sarcásticamente la muchacha mirando a Julius.

         –¡Por favor, me ofendes! –replicó el muchacho dándose por aludido– ¡Que yo soy un caballero! –dijo con una sonrisa en la boca.

         El ascenso fue relativamente fácil, pues aparte de un par de resbalones sin importancia a causa de la humedad en las paredes, el grupo llegó arriba en menos de cinco minutos. Habían alcanzado un túnel con un único camino posible.

         –¡Mirad eso! –exclamó Bylo señalando una gran roca– ¡Estamos al otro lado del túnel que se cargó ese bicho!

         –¡Menos mal que no se nos cayó la piedrecita encima! –dijo Julius socarronamente.

         De repente, se escuchó un crujido proveniente de la zona en donde estaba la mencionada roca y, acto seguido, se empezó a resquebrajar el suelo.

         –¡Para qué habré hablado! –exclamó Julius– ¡Salid pitando de aquí! –gritó, y todos corrieron hacia la salida del túnel mientras el suelo se hundía tras ellos. La gran roca cayó, e impactó no muy lejos de donde se encontraba el cuerpo sin vida del temible escorpión. Los pequeños retoños del enorme monstruo corrieron despavoridos a ocultarse en los agujeros de la pared.

         El suelo paró de hundirse un par de metros antes de llegar a la cavidad que parecía ser la salida del túnel. El grupo la atravesó, encontrando otra gran bóveda. Caminaron durante unos minutos y llegaron a una zona con una fisura en la pared como única salida en la que esta vez si que tuvieron que usar los hechizos de iluminación, pues en ella, la escasa luz que se filtraba, apenas lograba abrirse paso entre las tinieblas. Al salir de ella, el camino continuaba hacia la izquierda y, a unos cien metros, moría en lo que parecía ser una puerta de piedra, la cual tenía tallados unos extraños dibujos. A cada lado, encajadas en la pared, había dos ruedas de piedra con unos símbolos.

         –¡Parece un puñetero acertijo! –se quejó Bylo.

         –Sí –corroboró Alana–. Desde luego, ¡qué tranquila era nuestra vida en la torre hace un par de días!

         –¡Y qué aburrida! –añadió Julius.

         –¿Sabes qué significa esto? –preguntó Celine tras acercarse a Tyron.

         –Ni idea –respondió éste–. Mi amigo no me dijo nada acerca de una puerta. Es más, no creo que él llegase tan lejos. ¡Seguro que en cuanto vio al escorpión salió corriendo! –dijo burlonamente.

         –Pues más nos vale que lo descifremos –dijo Bylo–, porque no podemos volver atrás.

         –Está muy sucio –advirtió Alana mientras pasaba su mano por la polvorienta puerta. De pronto, se oyó un chasquido y una parte del dibujo se movió. Alana se sobresaltó, pero tras comprobar que no había sucedido nada, siguió limpiándola, por lo que volvió a repetirse varias veces.

         –Parece una especie de puzle –dijo una vez que hubo quitado la suficiente suciedad como para desvelar una especie de dibujo sobre cuatro discos concéntricos. Giró el primero de ellos hasta que hizo coincidir su dibujo con el del siguiente–. Parece fácil –dijo alegremente. Y giró el tercer disco. Cuando llevaba un cuarto de vuelta, comenzó a girar el primero a la par que éste. Con el cuarto sucedió algo parecido, solo que éste actuaba sobre el segundo al llevar media vuelta.

         –¡Ya me parecía a mí demasiado fácil! –se quejó Julius– Nos va a costar una eternidad montar este galimatías.

         –Tranquilo, amigo –le dijo Bylo poniendo su mano sobre el hombro de Julius–. Seguro que al final damos con la combinación.

         –Pues a mí no me parece tan fácil –volvió a gimotear–. Fijaos en estas ruedas que hay a los lados de la puerta; también tienen dibujitos –dijo mientras giraba una de ellas–. Seguro que también habrá que colocarlos de alguna manera espe...

         –¡Ya está! –dijo Alana ahogando las palabras de su compañero.

         –¿¡Qué!? –exclamó Julius mirando el dibujo con incredulidad.

         –Después de todo, no era tan difícil –alegó Alana mientras se sacudía las manos–. Ahora, supongo que habrá que buscar su relación con los símbolos de las ruedas.

         El grupo se quedó pensativo observando el dibujo de la puerta. En él, aparecía un enorme escorpión enfrentándose en desigual lucha contra unos guerreros. Una de sus poderosas pinzas aprisionaba a una de sus víctimas mientras su aguijón se clavaba en lo que parecía ser el astro diurno. Frente a él, se erigía un valiente jinete con una lanza en la mano. Tras él, una doncella, arrodillada junto al cadáver de otro guerrero, sostenía un cáliz entre sus manos.

         –Uno de esos, seguro que es el que casi te da un beso –dijo Julius sarcásticamente a su pálida amiga recordándole el cadáver que le había hecho tropezar en el agua. La muchacha le contestó con una mueca.

         –Bueno –dijo Tyron–, al parecer tenemos un enfrentamiento entre el amigo que hicimos ahí atrás y tres caballeros acompañados de una dama. Ahora, echemos un vistazo a los dibujos de esas ruedas.

         Tyron se acercó a la primera de la izquierda y la observó–. Es el dibujo de un cáliz –dijo–. Este es un sol –dijo tras dar un cuarto de vuelta a la rueda–. Parece una gota de agua... o lo que sea –dijo describiendo el tercero–. Y, cómo no, un escorpión –dijo dando otro cuarto de vuelta a la rueda. Después intentó volver a girarla, pero hizo tope, por lo que volvió a girarla en el sentido contrario hasta que volvió a pararse–. Bueno, pues ya sabemos que esta tiene cuatro símbolos –dijo, e hizo lo mismo con las tres ruedas restantes, comprobando así que eran idénticas a la primera.

         –Debe de haber cientos... ¡o miles de combinaciones! –dijo Bylo exasperado– Como no guarden relación con la escena, va a ser casi imposible descubrir la correcta –dijo girando una de las ruedas.

         –Lamentándonos no conseguiremos nada –dijo Tyron–. A ver, el escorpión –dijo girando la primera rueda hasta que encontró dicho símbolo– tiene su aguijón clavado en el sol –dijo poniendo el símbolo del sol en la segunda rueda. Después se movió hasta las ruedas de la otra parte de la puerta–. Y el cáliz –dijo poniendo dicho dibujo en la tercera rueda– contiene líquido –dijo girando la última rueda hasta encontrar el símbolo de la gota. Más, no ocurrió nada.

         –¡Maldita sea! –bufó Julius malhumorado– Si eligieron la combinación al azar, va a ser mas difícil que cazar un dragón con un cazamariposas.

         –Tranquilízate, ¿quieres? –le pidió Bylo– Tan sólo es cuestión de tiempo de que demos con la lógica del enigma –dijo mirando de reojo a la pelirroja.

         –Quizá no sea cuestión de lógica –dijo Celine.

         –¿Qué quieres decir con eso? –preguntó Bylo.

         –Que, quizá, el hecho de que los dibujos de la combinación aparezcan en la escena, sea tan solo para despistar –respondió–. Como habéis podido comprobar, Alana ha girado cuatro discos, y hay cuatro símbolos. Lo que parece ser, es que no os habéis percatado de que en el borde de cada disco hay más símbolos –cogió por el brazo a Bylo y lo acercó más a la puerta para que la iluminara con su hechizo–. Más bien, yo diría que son letras –concluyó, limpiando con su mano el borde de uno de los discos.

         –¡Es verdad! –exclamó Bylo– ¡Y parece ringual! –añadió risueño. Y, acto seguido, comenzó a limpiar concienzudamente los discos. Julius y Alana se unieron a él.

         –Creo que con esto será suficiente –dijo Julius tras comprobar que el texto era lo suficientemente legible–. Todo tuyo –dijo a su amiga señalando la puerta con la mano abierta.

         Alana asintió con la cabeza y comenzó a leer en voz baja el texto del disco más pequeño–. Parte de las letras están en muy mal estado pero, por lo que he podido leer, pone algo así como «Norum tar fide de aliqums de tors erls salvoem de sue finale». Que viene a ser algo así como «Aunque la fe de algunos de ellos les salvó de su final».

         –Vale –asintió Bylo–. Fe, salvar y final –ya tenemos  algunas pistas para la primera rueda.

         –Continúo –avisó la muchacha–. «Ters deusens, bilium...» –se detuvo un instante–. Aquí hay un par de palabras no se entienden–. dijo. Y continuó la lectura–. «actus, sendem on punniem ovem tors».

         –Que quiere decir... –dijo Julius interrogativo viendo que su amiga se había quedado pensativa.

         Alana susurró de nuevo la frase y al final parece que dio con el fragmento que faltaba –«Los dioses, encolerizados por sus actos, enviaron un castigo sobre ellos».

         –Dioses cabreados y castigo –dijo el alto muchacho–. Continúa.

         –«Hoc ters hommos non demorum en soccom» –de nuevo volvió a hacer una pausa– «ten inne, tars sians de posse... ei tar vindicum» –volvió a releer la frase un par de veces más siguiendo las palabras con su dedo índice–. «Pero los hombres no tardaron en sucumbir al odio, las ansias de poder... y la venganza» –dijo finalmente.

         –Odio, poder, venganza... –volvió a decir Julius– ¡Esto se pone cada vez más interesante! –exclamó.

         –¡Venga Alana, a por el último! –animó Bylo a su pálida amiga– ¡Ya casi lo tienes!

         Alana le regaló una sonrisa sin apartar la vista del último disco– «Al principio de los tiempos, los dioses iluminaron el camino de los hombres hacia un mundo lleno de vida» –dijo sin más dilación.

         –¿¡Qué!? –preguntó Julius sorprendido– ¿¡Ya!?

         –Es lo que pone en el último disco –dijo–. «Ten primus de ters temps, ters deusens lumens tor vaan de ters hommos faur on mond pleum de bios». Lo he leído mientras le buscabais sentido a la frase anterior. Creo que se refiere al sol.

         –¡Eso es! ¡El sol! –gritó Julius, sobresaltando al resto del grupo. Y, a continuación, se acercó a la última rueda y la giró hasta encontrar el símbolo del sol– Una menos.

         –Yo diría que la tercera es la gota –opinó Bylo–. Debe de ser una gota de sangre y encaja perfectamente con lo del odio y la venganza.

         –¡Marchando una de sangre y venganza! –dijo Julius mientras ponía el símbolo de la gota en la tercera rueda.

         –Ya sólo nos quedan dos –dijo Alana–. La de la fe y la del castigo.

         –Un escorpión es suficiente castigo, ¿no os parece? –dijo Julius mientras giraba la segunda rueda. Y, a continuación, buscó el cáliz en la primera. Pero no ocurrió nada.

         –¿Qué pasa? No funciona –se quejó Bylo.

         –Quizá esté atascada –dijo Alana–. Como la baldosa de la plataforma.

         –¡Pues vaya faena! –aulló Julius– Ya nos podemos dar por...

         –¡Pero que listillos que sois! –intervino Tyron, apoyado en la pared con los brazos cruzados– Habéis hecho lo más difícil y ni os habéis dado cuenta de que es una historia. ¡Y la estáis leyendo al revés!

         –¡Es verdad! –exclamó Alana mientras se dirigía hacia la primera rueda. Se quedó pensativa unos instantes ante ella, tras los cuales comenzó a girarla hasta que apareció el símbolo del sol– Los dioses iluminaron a los hombres –dijo–. Los hombres se mataban entre ellos –volvió a hablar mientras ponía la gota de sangre en la segunda–. Los dioses les castigaron enviándoles un escorpión gigante –dijo mientras se dirigía hacia la tercera rueda y ponía dicho dibujo–. La fe y las ofrendas a los dioses les hicieron ganarse el perdón –y buscó el cáliz en la última.

         El grupo contuvo el aliento mientras se escuchaba un mecanismo tras la misteriosa puerta. El disco más pequeño giró mostrando una ranura de unos diez centímetros justo en su centro.

         –¿Y ahora, qué? –dijo Julius– ¿Todo este rollo para que aparezca una puñetera cerradura de la que no tenemos la llave?

         –Tranquilízate, Julius –dijo Alana tratando de calmar a su amigo–. Aún no sabemos si...

         –Echaos a un lado –dijo Tyron desenvainando su espada.

         Los chicos dejaron paso al hombre y éste, de un golpe, introdujo la espada en la ranura hasta que ésta hizo tope. Después la intentó girar hacia la derecha, pero no pudo, por lo que repitió el proceso en sentido contrario. Esta vez, la espada giró un cuarto de vuelta y, con un ensordecedor chirrido, la puerta se deslizó hacia un lado– ¡Pasen y vean, damas y caballeros! –dijo, emulando a un presentador de circo, mientras recuperaba su arma.

         El grupo, atónito, tardó en reaccionar. Bylo fue el primero en traspasar la puerta y ver que su interior albergaba una larga, aunque poco pronunciada, cuesta con grandes rocas planas a modo de escalones. Al fondo se veía luz, la luz del sol. Por su nariz penetró el olor al aire limpio del exterior, a tierra húmeda y a campo otoñal. Una mezcla de sensaciones que había llegado a pensar que nunca más volvería a sentir.


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